El Arte de Escribir

La escritura es una de las tantas expresiones artísticas.
Narrativa y/o Poesía. Con un estilo propio.

domingo, 23 de marzo de 2008

Jueguitos de palabras

¿Qué son los jueguitos de palabras, simpáticos entretenimientos de manufactura poética? ¿Tendrán que ver con los denostados soniditos que disgustan a los escritores serios? –Nótese aquí el peyorativo del diminutivo-

Un juego de palabras no tiene por qué ser una poesía, pero la poesía se sirve muchas veces del juego de palabras. Es vía los sonidos y la música como muchas veces se produce un pasaje extraño, un viraje que afecta porque nace de un pedazo de cuerpo que escribe, no de una mente que juega al efectismo probando nuevas fórmulas en el laboratorio lingüístico, una mente que no se juega. El juego de palabras no es lo importante, es una herramienta más a disposición del ser que sufre, goza o se conmueve ante la rareza y la fascinación de la vida, ante la permanente ambivalencia del vivir, y que necesita plasmarlo de alguna manera, en el intento permanentemente fallido y renovado de hacer pasar su plasma a esas letritas que forman palabritas sobre el papel, palabritas siempre insuficientes y sin embargo única materia que nos hace, que nos hace pensantes y por ende expresantes.

Aquellos que desprecian la poesía hermética, y que creen que con poesías “claras” pueden “comunicarse” mejor con “la gente”, deberían prestar atención y saber que hay palabrerío vacío tanto en la poesía clara como en la oscura, jueguito al pedo tanto de un lado como del otro, efectismo innecesario, palabras sin alma, puestas ahí al servicio de un yo engañoso que se ahoga en su propio espejo.

Es el “porque sí” lo que arruina cualquier intento poético, al confundir la herramienta con la poesía, el golpe de efecto con el fin. Todos los medios son válidos para que un cuerpo se desangre en la hoja; ninguno sobrevive como fin en sí mismo, con agua en las venas, , como cálculo mental para. No sé si hay un para en la poesía, si hay un para en el arte, si hay un para en el vivir ¿Tiene que haber un para?

Los para calman la angustia, es cierto. Por un rato. Los para son un poco como los aique. Muchos se la pasan haciendo cosas para, o haciendo cosas porque aique hacerlas, sin que en lo que hacen se comprometan en lo más mínimo, sin jugarse. La poesía, creo, de eso no necesita nada.

lunes, 17 de marzo de 2008

Blancos

¿Coincide un blanco en el espacio con un blanco en el tiempo? ¿Podría no coincidir?

Cada espacio blanco separa y une, posterga y genera la espera. Contrasta, realza, suspende, diluye. Entra a jugar, igual que la disposición de los versos. Espacios, cortes, cadencias, ritmos, respiraciones; espacios que generan tiempos. Tiempos –los de leer- que generan nuevos espacios.

Las palabras al borde de no decirse juegan con tiempos y espacios que provocan otras palabras: las que surgen de ver, de leer, cada vez, cada uno, nuevas cada vez, vueltas enseguida al océano del lenguaje. Algo piensa en los espacios del decir. Algo dice lo que piensa y vuelve a dejar espacios en los que algún otro algo dice lo que piensa.

¿Por qué habría que congelar palabras en un único sentido para que todos las lean igual y no piensen nada más que eso que supuestamente ahí dice porque yo así lo creo y permanecería unívoco ahí congelado?

¿Por qué si digo vaca es porque tengo que querer decir vaca, igual a todas las vaca porque vaca no puede ser más que vaca, si cada vez que digo vaca se trata de otra vaca y cada vez que cada uno lee cada vaca es una vaca distinta?

¿Por qué, además, y muy importante, es necesario saber quién dijo vaca para imaginarse de qué vaca se trata, como si fuera posible, como si con el nombre y la descripción del que dijo o escribió vaca, la vaca cambiara de cara?

¿Por qué el vaca no puede vibrar por su cuenta, con su respiración, su espacio, su tiempo, distinto cada vez que alguien distinto pasa sus ojos por ese vaca y lee algo ahí?