Desde las reales academias ponen los gritos en los cielos porque una osada ministra osó usar la palabra “miembras” en un discurso parlamentario.
¿De quién es la lengua?
¿Por qué enseguida se apela al poder, en este caso el poder que les otorgarían los conocimientos a los sabiondos, para acallar aquello que los asusta?
Eppur si muove, dijo por lo bajo Galileo. Ladran Sancho, observó el ingenioso hidalgo. Hipatia escribía.
Mientras encierran a la lengua en el Códice del Buen Decir, riguroso, gramatical, lingüístico y de todo tipo, donde impera lo neutro, lo económico, lo sistemático, lo objetivo, lo correcto; la lengua los hace hablar.
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¿Se puede escribir sin inventar? ¿Se puede ser escritor y pertenecer a la academia? ¿Se puede creer que se utiliza un código del que se es dueño y escribir con eso?
Las mayorías son miembros. Las mayorías viven tranquilas siendo miembros y quieren seguir siendo miembros. Pero además quieren que todos digan miembros. Nada de Quijotes ni de Galileos. Nada de Hipatias en las Historias. Nada de miembras en las discursas de las ministras. Ésta es la lengua, dijo la Academia (una academia notario, de génera contradictorio, sin tela Otelo). Y sin embargo afuera hay Poesía.