Las palabras son siempre las mismas: todas son palabras. No son en sí ni buenas no malas, ni lindas ni feas, ni poéticas ni vulgares. Todo depende de cómo se relacionan con las demás. Si una palabra es capaz de decir algo en un momento determinado, es porque está en relación con otras palabras, en un determinado contexto.
En el lenguaje cotidiano queremos entendernos, que el otro nos entienda. Que cuando decimos “prepará el mate” no nos mire atentamente esperando la gran revelación que le vamos a hacer, sino que ponga el agua a calentar y saque la yerba.Cuando escribimos, la preocupación debería ser otra. En el lenguaje cotidiano, para tratar de entendernos, las frases tienden a acartonarse. Y hasta parece que las palabras remiten a las cosas y todos sabemos lo que se quiere decir: la vaca es la vaca, la mesa es la mesa, los buenos días son los buenos días. Si uno no se pregunta mucho, todo parece encajar y funcionar y gracias a eso con algunos creemos entendernos perfectamente y con otros para nada.
Pero escribir significa dejar de hacerse el tonto (al menos en relación al lenguaje). Porque si digo vaca, no hay nadie que pueda asegurar que me estoy refiriendo al animal cuadrúpedo tan apreciado por los carnívoros, y no a la mujer de enfrente, o a la plata que todos ponemos para algún buen fin, o a lo sagrado, o al campo, o a la infinita incomprensión, o a la madre del borrego, quién sabe. Y bien, en la escritura, esto desliza todo el tiempo. No hay nada que ligue una palabra con un referente concreto, sólo se liga con otras palabras que están para darle un sentido y no otro, no cualquiera. Pero los sentidos son múltiples y es bueno recordarlo. A su vez la gramática, la sintaxis, la puntuación, tan importantes con sus reglas para el buen entendimiento, en la escritura tienen que estar al servicio de otra cosa. Tienen que perder su fijeza cotidiana para que las palabras de siempre no repitan como loros siempre lo mismo. Rompiendo el lenguaje cotidiano es como se escribe, pero no como un bonito ejercicio, como unos relajados abdominales de la lengua, hehcos para mostrar, no como efectos especiales que son un fin en sí mismos, piruetas mecánicas que buscan la pura novedad. No. Hay que no tener algo para decir.
Y si no se tiene algo para decir, y se dice escribiendo, los mecanismos que permiten romper el sentido común, cotidiano, aceptado del lenguaje diario son : la metáfora y la metonimia. Pero la metáfora y la metonimia están también en el lenguaje cotidiano. Si escribimos, se rompe y se reinventa. Se hace el intento de traducir en una nueva lengua lo que a nosotros nos afecta. El valor literario es una consecuencia, nunca una causa, nunca un efecto que se busca. Y no puede venir más que de ese golpe de creación. De lo que no se tiene.