Hace tiempo que en este blog no dice nada nuevo. La ciudad duele por todas partes, y este blog no es ajeno.
Mucha gente en la calle está contenta porque ve en los escombros obras en construcción. Otros están más nerviosos, pero creen que no, que están como siempre. Cuando hablo de escombros no me refiero sólo a los literales. Hay palabras abstractas que hacen a la cosa pública acá en Buenos Aires, que eran de todos y para todos. Palabras como salud, educación, cultura, dignidad. Se resquebrajan a una velocidad pasmosa. Se convierten en escombros delante de nuestros ojos.
Los jazmines paraguayos aportan las últimas notas de perfume, el sol acaricia, la lluvia resbala en los adoquines que todavía quedan. El polvillo amarillo de los plátanos se mezcla con el polvillo rojo de los limpiabotellas. Flores, que hacen a una primavera que no sabe lo que pasa y se extiende sobre la ciudad, como todos los años. Pero éste no es un año cualquiera.
Es tan fácil destruir, se hace tan rápido. Basta querer. Se ponen carteles vistosos donde se dice todo lo que no se hace. Y se destruye con tranquilidad, con placer, con el placer del nene que destroza el chiche nuevo. Sólo que en este chiche vivimos nosotros. No importa. Se leía hace un tiempo en uno de esos carteles alegres: "No hay ciudad sin poesía". En la nuestra también debe haber. Debajo de un montón de escombros. Resquebrajada, como todo lo demás. Resquebrajada y rota. La cáscara de una palabra que se desprendió de toda humanidad, igual que Buenos Aires.
martes, 21 de octubre de 2008
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