Si Huidobro interpela a los poetas para cuestionarles por qué cantan la rosa, y enseguida sugiere: háganla florecer en el poema (la traducción es mía).
Si Quiroga nos propone que contemos como si nuestro relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de nuestros personajes, de los que pudimos haber sido uno, y agrega: “No de otro modo se obtiene la vida en el cuento”.
Si Cortázar espera que el cuento “eche a vivir con una vida independiente.........algo que ha nacido por sí mismo, en sí mismo y hasta de sí mismo, en todo caso con la mediación pero jamás la presencia manifiesta del demiurgo”.
Si Barthes plantea en relación a su problema de pasar de la Notación (las “notas”) a la Novela: “Haiku = forma ejemplar de la Notación del Presente = acto mínimo de enunciación, forma ultrabreve, átomo de frase que anota (marca, limita, glorifica: dota de una fama) un elemento tenue de la vida “real”, presente, concomitante”.
Si Picasso nos dice: “Yo no busco, encuentro”.
¿No nos están hablando todos de la misma cosa?
Esa “cosa” que tiene vida propia y que puede expresarse en forma de poesía, de cuento, de novela, de dibujo, de pintura (por mencionar sólo lo que tenemos más a mano). Esa “cosa” no buscada sino más bien encontrada, que palpìta, que respira, en el papel, en la tela, en la página; que nuclea determinados elementos y no otros, que se organiza a su antojo si la sabemos escuchar y no interferimos desde afuera; esa “cosa” se genera y vive como tal justamente siempre y cuando algo quede afuera.
Si nos ponemos a cantar la rosa es porque la rosa está ausente, lo que florece es nuestro canto. Para que la rosa viva y florezca en el poema somos nosotros los que tenemos que salir, es nuestro canto el que se tiene que acallar, lo que no tenemos que buscar. Encontramos la rosa, la pasamos a palabras, en una hoja, así de fácil. Escribimos lo que ella nos dicta, lo que ella nos impresiona. Esa “cosa” ahí viva, en este momento, en este lugar, como en el haiku, con su dibujo en el papel. No la juzgamos, no la explicamos, no la generalizamos. Somos simples testigos, damos testimonio de esta rosa acá y ahora.
si además tenemos una historia, esa “cosa” se despliega en forma de cuento, las frases se desarrollan sobre la hoja, pero sin perder la nitidez, la frescura del haiku.
Si además esa historia tiene ramificaciones, las frases se despliegan desde varios rollos, cada una fresca, nítida, presente, respirante y palpitante como un haiku. Hecho de vida, como toda la literatura. pero la vida hay que dársela, no sacársela. Hay que dársela de la que uno tiene sin reclamarla de vuelta y sin colarse uno mismo entero ahí en su lugar.
Un buen actor no hace de un personaje: en el momento en que actúa la escena se arma porque el actor “es” el personaje. Se olvida de sí mismo para ser ese personaje que encarna, como los chicos cuando juegan. Lo encarna a su particular manera, imprimiéndole rasgos que toma de lo que él vivenció y conoce ( si no de dónde), pero en ningún momento se sale del papel, porque en el preciso instante en que se le ocurre pensar “ acá estoy yo, fulano de tal, haciendo de Hamlet”, efectivamente vemos al tal fulano sobre el escenario, disfrazado de Hamlet, un ridículo que nos quiere hacer creer que tiene un gran dilema. En ese momento, todo nos parece una fantochada, la escena se nos cae. Lo único que mantiene la dignidad es esa calavera vacía que desde su falta de ojos nos recuerda que reservemos los nuestros para ver cosas mejores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario