La intensidad y el espesor de la palabras llegan a su máximo en la poesía. Sacan esa sustancia del saber, del saber de verdad, sentido en el cuerpo, que somos mortales.
Esta mortalidad a la que nacemos nos historiza, nos marca, nos complejiza. Nos angustia y nos duele. Pero también nos abre la dimensión de la belleza. Sólo es precioso lo que puede perderse.
Es ese intento desesperado y loco de quien ya sabe que el tiempo –más largo o más corto- se termina, de quien ya no espera ningún milagro, ese intento de hacer pasar ese cuerpo herido de muerte y por eso mismo mucho más vivo, de hacer pasar ese cuerpo mortal a las palabras, con toda esa vida que grita mientras puede, a las palabras, ese intento es poesía. Se haga como se haga. Esté donde esté.
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