Cada texto tiene su propia lógica.
Unas palabritas se acomodaron en la hoja de determinada manera. Ya está. Podemos irnos y ellas siguen ahí. La única forma de eliminarlas es tachándolas todas. O se puede hacer un bollo con el papel y tirarlo al tacho. O seleccionarlas y apretar Supr. Bueno, sí, hay varias formas. Pero el efecto es volver a la hoja en blanco. Esperar. Otras palabritas se acomodan ahí. Otra vez el mismo problema. Porque de ahí en más, todo lo que sigamos escribiendo ya está absolutamente determinado por esas palabritas, que son ésas y no otras, que están dispuestas de esa manera y no de otra.
Esto no es para asustar a nadie. Forma parte de esta práctica. De poner las cosas por escrito. Está escrito. Antes no lo estaba pero ahora sí, no hay que olvidarse de eso. Sobre todo si el texto sigue. Cada palabra repercute en las demás, atrae a las demás. Las repele. El despliegue que iniciaron ésas que se escribieron primero traza ya los lineamientos de por dónde correrán las otras, marca el escenario para que puedan seguir con la coreografía.
Por supuesto que hay muchas variantes. Variantes dentro de una gama de atracciones, de afinidades. Se pueden usar palabras y frases de tonalidades diferentes, hasta de colores diferentes. Pero siempre del mismo hilo. No es recomendable, por ejemplo, mezclar hilo con lana. Se arma un tejido totalmente desparejo, que no se puede usar. Tironea en ciertas partes, cuelga en otras. Da calor si hace calor, frío si hace frío.
Esas primeras palabras que pusimos tan alegremente tienen determinada textura, determinado espesor. Fueron tejidas con una aguja de un tamaño determinado que es preferible no cambiar, ni tampoco la tensión que le dimos al hilo. La tensión hay que mantenerla hasta el final, no se afloja nunca el hilo hasta que llegue el momento de cortarlo. Tampoco hay que tironearlo más de la cuenta, porque queda una zona densa, demasiado cerrada y dura. Apretada, así queda
Cuando el tejido ya tomó su forma, lo que incluye un largo, un ancho, con los aumentos y disminuciones que hagan falta, de acuerdo a lo que se teje, llega el momento de cerrar. Los finales tampoco son cualquier cosa: cada final se construye con precisión de acuerdo a todo el andamiaje que empezó en esas primeras palabras y fue creciendo a lo largo del tejido hasta llegar al punto exacto de precipitación de la materia. La tensión sostenida lleva a un límite la temperatura. Una vez alcanzado ese límite, el texto precipita. Ahí hay que cerrar: se toma cada punto y se aglutina en el cierre. No puede haber ni un punto que sobre ni uno que falte. Si sobra, el tejido se deshace. Si falta, se frunce y tironea.. Ni un hilo que cuelgue, porque distrae y el texto ya no cierra.
Hay que repasar muchas veces todo el texto para llegar cada vez al final y revisar cada uno de los puntos del precipitado, a ver si aguantan cada revisión sin soltarse, sin romperse, sin hilo sobrante suelto que hace grumo.
El final es el resultado de esa ecuación que fue planteada al principio y desarrollada después. Como toda ecuación, no puede dar cualquier cosa. Dependerá de la lógica planteada al principio. Porque cada texto tiene su propia lógica. Pero una vez que la tiene hay que seguirla hasta el final.
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